Es que habiendo nacido en el seno de una humilde familia, luego de cuatro hermanas mayores, y de los innumerables rezos de su padre a San Roque para que por fin llegara el ansiado varón. “Marquitos”, como aún le conocen en el barrio donde nació y vive, no podía negarse al ruedo del balón. Y no era casualidad, su padre Elías Coll Tara era árbitro, y había tenido el honor de dirigir el primer encuentro profesional de fútbol en su país, en 1948.
La otra gran afición de Marcos Coll durante su juventud fueron los aviones, y en tal sentido recuerda: “Mi papá no me dejaba jugar fútbol ni tampoco dedicarme a la aviación. Pero al final no sólo fui futbolista, sino que por eso mismo pasé muchas horas de mi vida en un avión”.
Es así que comenzó sus primeros pasos en 1952, en el Sporting de Barranquilla, luego de destacarse en la Semana Deportiva Bolivariana, unos juegos en los que participaba la mayoría de colegios de Barranquilla y en los que representaba al Americano. Tras ello, en 1955 fue transferido al Independiente Medellín y allí tuvo la posibilidad de vivir realmente de este deporte.
Sólo unos meses después, fue llamado por el Deportes Tolima, que había sido fundado dos años antes y buscaba a los mejores jugadores de su país. Es aquí donde se hace famoso a nivel nacional, jugando en el club hasta 1959, cuando le fichó el Atlético Bucaramanga, donde conformó una de las más recordadas delanteras del fútbol colombiano junto a José Américo Montanini, a quien define como su mejor compañero en el terreno.
Su vida, no obstante, cambiaría definitivamente en 1960, cuando se enfrentó al América de Cali, y la leyenda argentina Adolfo Pedernera, entrenador de este club, le propuso sumarse a este equipo, y Marcos no dudó un segundo, considerando que había sido su ídolo de la infancia, cuando se desempeñaba en Millonarios de Bogotá.
Incluso, cuenta la anécdota que Coll, siendo apenas un adolescente, había pedido un autógrafo a Pedernera en oportunidad de un choque entre el Libertad y Millonarios, y que se lo volvería a mostrar años más tarde, cuando estaba a sus órdenes en el campo de juego. El mismo decía sobre una foto del ex River Plate, “Para Marquitos, como prueba de un sincero recuerdo”.
Fue el propio Pedernera quien, conocedor de las virtudes futbolísticas de Coll, le llamó para integrar el seleccionado colombiano que concurriría al Mundial de Chile en 1962. Fue allí cuando el 3 de junio, en la ciudad de Arica, entró en la historia grande del fútbol al anotar ese gol, que permitiría la remontada colombiana y el histórico empate 4 a 4 a la postre.
“Un ataque nuestro termina en tiro de esquina por el costado izquierdo. Yo era el encargado de pegarle desde ese lado. En el campo no estaba Delio Gamboa, que era un cabeceador. Entonces pensé en cobrar a media altura, con chanfle, para ver qué pasaba... Esperaba un borbollón y que el rebote lo tomara Antonio Rada, que le pegaba con fuerza a la pelota. Y la pelota se fue. Yo nunca intenté marcar un gol olímpico. Por eso creo que ese gol fue obra de Dios...” recuerda.
Siendo ya toda una celebridad en su país, y confeso hincha del Junior, Coll estaba seguro de que el equipo de Barranquilla intentaría su contratación. Pero no fue así, por lo que debió jugar hasta 1965 en el América de Cali, y cuando creyó que si finalmente podría regresar a su ciudad, terminó aceptando la mejor oferta que tenía sobre la mesa, en este caso para volver al Deportes Tolima, donde tan buen recuerdo había dejado.
Fue recién en 1970 cuando el Junior llamó a su puerta, aunque sólo pudo jugar un año allí porque la despedida del profesionalismo estaba cerca. Igualmente, ya se había dado el gusto de su vida.
Luego ha tenido tres hijos varones, uno de ellos es Mario Alberto Coll, que también fue futbolista y jugó en la primera selección Colombia que comandó “pacho ” Maturana, y supo también ser encargado del Junior y el Tolima. Actualmente posee una academia cerca de Barranquilla donde recluta niños para que se diviertan en el fútbol, y muchos de sus vecinos también le dicen, “el olímpico”.
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